De Toussaint Louverture a Celita: Abolición y supervivencia de la esclavitud en Haití

Extraído de un artículo que hablaba sobre la abolición de la esclavitud tanto en el Perú como en Haití, y de las implicancias posteriores que pudieron haber tenido, este extracto es un ejemplo de que la esclavitud luego de más de 100 años sigue todavía existiendo. Fue Haití el primero de los países en abolirla, sin embargo su historia nos deja un sinsabor al conocer que es el país más pobre del hemisferio occidental, el cual todavía guarda rezagos nítidos de aquella vergüenza de la humanidad. Esto, sumado a la desgracia del último terremoto acontecido en Haití da para reflexionar, entre muchas otras cosas, sobre la mala administración de los recursos y lo marchito de las políticas de un Estado casi siempre inexistente para la población más necesitada. Dado el caos que se vive en Haití la pregunta que surge es ¿y que sucede con los niños, los personajes más indefensos? Aquí en el extracto se anota un ejemplo de la vida de una niña restavec, conozcan su experiencia. Nota aparte; hace bien el artículo de Carlos Aguirre en enlazar un hecho histórico con una problemática actual.
Aquí el extracto:
“Entre las muchas formas de opresión y marginación que tanto Haití como el Perú sufren, existe una que quisiera resaltar: la servidumbre doméstica, una de las instituciones más antiguas y despóticas que existe en las sociedades latinoamericanas. En el caso peruano, pese a importantes avances logrados en la legislación y las prácticas cotidianas, todavía hoy el trabajo doméstico, en muchos casos, equivale a servidumbre, y reúne en sí la triple opresión de clase, de raza y de género. Para muchos, decir “la chola” es sinónimo de sirvienta y todavía hoy hay casas en las cuales las sirvientas domésticas son tratadas como esclavas, abusadas en sus derechos y restringidas en sus movimientos físicos.
En Haití, lamentablemente, la situación es peor. Para ilustrarla, transcribo a continuación la descripción de un día en la vida de Celita, una niña de 11 años:



Celita era una niña esclava de once años, que había vivido con la familia durante los dos últimos dos años. Su madre, que vivía en el campo, había entregado su hija al no poder ofrecerle los cuidados que un niño requiere, es decir, tres comidas al día y una escuela decente. Celita iba vestida con una camisa sin mangas y una falda, demasiado grande para ella y, cada vez que se inclinaba, podían verse sus pechos en ciernes.
Limpiaba los excrementos del perro, fregaba el patio con cubos de agua y los secaba después con una escobilla de goma. Luego subía una y otra vez las escaleras con cubos de agua para vaciar los inodoros y llenar las bañeras. Después de haberse bañado cada uno de los adultos y un niño, ponía la mesa e iba a la panadería, mientras el cocinero preparaba el desayuno. Cuando la familia comía, Celita se mantenía cerca de la puerta con las manos detrás de la espalda, esperando órdenes para acercar la mantequilla, el azúcar, la sal o todo lo que la familia no quisiera alcanzar por sí sola. Después del desayuno, Celita quitaba la mesa y comía los restos sentada en un bloque de cemento cerca de la gran puerta de hierro. Luego fregaba los platos y subía a las habitaciones para hacer las camas, quitar el polvo y pasar la mopa. Con frecuencia, la familia interrumpía sus tareas con órdenes de todo tipo: “Celita, ¡alcánzame las zapatillas! Celita, ¡tráeme un peine! Celita, ¡dame mi bolso!” Además de hacer de todo para todo el mundo, Celita también cuidaba de Maida, la niña de nueve años de la familia, que rebosaba salud y siempre sonreía. Su madre, su padre y su abuelo la abrazaban y se deshacían constantemente en elogios para ella, hablándole únicamente en francés. Una gran foto de su primera comunión en un marco dorado adornaba la pequeña mesa del salón. Maida era católica, tenía juguetes y asistía a una escuela privada muy cara.
Celita era una niña de piel oscura, con un rostro delgado, marcado y endurecido, y aparentemente incapaz de sonreír. Tenía los ojos profundos y apagados. A menudo se le criticaba y amenazaba con la mano. No había fotos suyas en la casa. No iba a la escuela y nunca fue a la iglesia con sus amos. No tenía religión. Entretenía a Maida en lugar de jugar con ella y obedecía todas sus órdenes.
Por la noche, la familia se sentaba y relajaba en el porche, disfrutando de la cálida brisa tropical. Entonces, Celita llevaba un cubo de agua al otro lado de la casa, donde estaba atado el perro, y se bañaba, se ponía su enorme vestido y permanecía fuera de la vista de los amos, pero al alcance de su voz. Sin embargo, las órdenes no tardaban en llegar hasta que todos se hallan acostado. “Celita, ¡tráeme un vaso de agua! Celita, ¡tráeme mis zapatillas!” La vida de Celita solo tenía sentido como esclava doméstica de su familia. Su derecho a tener una niñez acabó en el momento en que franqueó la puerta roja de hierro. La comodidad de sus amos era su infierno (Cadet 2002).



Quizás sea necesario agregar que la historia de Celita ocurre no en el siglo XVIII, sino en el año 2002. Celita es un restavec. Así se llama a los niños esclavos en Haití. Rester-avec quiere decir “quedarse con”. Los restavecs son niños y adolescentes que viven en virtual esclavitud, vendidos o regalados por sus padres, o raptados por familias inescrupulosos que explotan su trabajo sin ofrecerles compensación económica alguna. Uno de cada veinte niños en Haití es un restavec. Se calcula que en la actualidad existen 300,000 de ellos (Márquez Muñoz 2002). La mayoría son niñas entre 5 y 18 años, quienes padecen no solo larguísimas jornadas de trabajo (14, 16 o más horas al día), sino también abuso físico y sexual, y falta de alimento y cuidado en su salud. Tres de cada cuatro restavecs jamás han pisado una escuela.”

El extracto corresponde a las páginas 88-89.

Aguirre, Carlos. “Silencios y ecos: la historia y el legado de la abolición de la esclavitud en Haití y el Perú” EN Dénle duro que no siente. Poder y transgresión en el Perú republicano. Lima: Fondo Editorial de Pedagógico San Marcos, 2008. pp. 67-90.

2 comentarios:

Victory dijo...

Y parece mentira que existan niños y niñas que la pasan tan igual o peor que Celita. Por historias o casos como los de esta niña uno se pregunta si hay justicia, y si es verdad que todos somos iguales en este mundo tan "civilizado" que heradamos sin querer queriendo de nuestros antepasados. Buena lectura.

Blog Perspectivas dijo...

casos mas "domesticos" son los niños trabajadores. No son tambien a caso estos niños unos restavec, donde el flagelo de la esclavitud y la servidumbre toman forma de hambre, pobreza y exclusion en un mas pais que se dice avanza?

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